11.04.2014 por
Estamos acostumbrados a escuchar música grabada, también a asistir a conciertos de música en directo, estamos acostumbrados a hacer estas dos cosas sin que la imagen desplace al sonido, pero muy pocas veces asistimos a un concierto donde escuchamos fragmentos de conversaciones, músicas y el ruido de ciertos lugares sin ver nada más que a una persona que está reproduciendo esta experiencia sonora. La escucha se convierte en protagonista, por fin, mientras permanecemos sentados sin hacer nada más. Lo más parecido a esto sería escuchar la radio, sobre todo en esos momentos en que empiezas a sintonizar y no te quedas en ninguna emisora en concreto, tan sólo sigues y sigues disfrutando de un cambio a otro. Lo interesante es que aquí es Zoë Irvine la que nos va sintonizando su narración, mientras las ondas sonoras nos llegan de diferentes partes del mundo invitándonos a viajar con los ojos cerrados.
La recuperación y reciclaje de cintas de casete encontradas es la base del proyecto Magnetic Migration Music que Zoë comienza en 1998. Para este festival ha querido presentarnos una parte en forma de actuación en directo, pero es imprescindible saber que es un proyecto de arte sonoro de largo recorrido que ha adoptado diversas formas en estos años, como la instalación, los programas de radio o el libro de artista, para relacionarse con el público. Este tipo de trabajo de arqueología de medios está siendo cada vez más habitual, unas veces para recuperar nuestra memoria, otras por pura curiosidad y otras para aprovechar sus posibilidades expresivas. En este caso enlaza varias capas de significación, que van de la investigación antropológica cultural a la experimentación artística con el sonido. Al principio de su intervención, a través de una grabación de su propia voz “en off” como narradora, nos explica parte de la historia. Nos cuenta cómo ha ido coleccionando estos objetos y qué le movió a hacerlo, hasta el punto de acumular cientos de ellos. Sin embargo, el resultado no es un archivo. Ella no considera que esté llevado a cabo una labor de clasificación y conservación, le gusta aceptar el hecho de que “no hay nada fijo ni preservado”. Su fascinación por esta tecnología obsoleta tiene más de cierto romanticismo de “tesoro encontrado” que de cualquier otra preocupación más formal.
De hecho, es (contradictoriamente) una imagen bastante poética la que inspira el proceso: la de una cinta sacada de su casete, enredada y aleteando en las ramas de un árbol. Años más tarde volvería a encontrarse con imágenes similares, cuando por ejemplo vio las calles y árboles cubiertos de cintas magnéticas en Kabul tras la destrucción masiva que llevaron a cabo los talibanes tanto de cintas como de vídeos. Sin duda, el hecho de haber trabajado tanto tiempo y de manera continuada le ha dado una especial riqueza a la propuesta original. Por otro lado, haber podido ver a Zoë en escena manipulando los diferentes dispositivos analógicos y digitales, con esa diligencia y delicadeza que le caracteriza, te da además una idea de la sensibilidad que da sentido a este proyecto. Los sonidos “masticados”, que a veces llegan a producir cierta “cacofonía centrífuga”, dándole especial valor a lo imperfecto, al error, acentúa aún más esa cualidad nostálgica, muy propia de nuestra generación aún cuando nos situamos en el contexto de los “nuevos medios”.
Son probablemente muchas las horas que Zoë Irvine habrá tenido que dedicar en esta labor de búsqueda y restauración de las cintas, ya difíciles de encontrar. Pero también para conseguir convertirlas en algo más. Tras el momento mágico al desvelar qué es lo que cada uno de esos objetos esconden, luego comienza un proceso en el que la artista pone en relación esas grabaciones en una especie de diálogo imposible entre diferentes tiempos y diferentes espacios. Magnetic Migration Music alude a los procesos migratorios con las historias contenidas en las cintas, como si aquél viento que las hacía aletear llevaran a esas historias de un lugar a otro. Para ellas, como para el viento, no existiría las fronteras. Sólo los rápidos cambios tecnológicos impedirían ese paso, que Zoë, de una manera casi heroica, consigue también saltar.
Es increíble que ya, para a la mayoría de nosotros, una cinta de casete tirada en la calle se vea como un desperdicio, como algo para tirar a la basura. Cuando no hace tanto eran codiciadas y queridas por lo que guardaban. El proceso de digitalización propició cierto desapego hacia el soporte físico de las producciones culturales. Y aunque sabemos que la cultura no son los “productos culturales”, sí que se está dando una vuelta a apreciar aquello que se puede tocar, recurriendo incluso al pasado si es necesario. Este proyecto pone el aviso sobre la necesidad de dar una mayor atención y cuidado a toda esa información cultural que permanece encapsulada y olvidada, víctima de la obsolescencia tecnológica, dispuesta a desaparecer. Además de recuperarlas, Zoë les da una nueva oportunidad dentro de este proyecto artístico, haciéndolas volver a la vida para nosotros.
Sería difícil describir los diferentes paisajes sonoros que fuimos atravesando. Prácticamente no sabemos nada de las personas que pudimos escuchar en su cotidianeidad, a veces ni entendíamos el idioma. Algunos parecían ser entrevistadas, otras nos descubrían su intimidad. Las músicas también se fueron sucediendo, entremezcladas con trozos de oraciones, sonidos de ciudad y el constante click! del cierre del reproductor de casetes. Yo, entre tantas cosas bonitas, de esta sesión de radio sin micrófonos me quedo con la emoción al encontrarme con la voz de Jorge Luis Borges hablando sobre su poesía.